La actividad de la flota pesquera china frente a las costas de Sudamérica es permanente y causa daños al ambiente y a la pesca artesanal.
Los invasivos métodos de pesca de la poderosa flota china que faena en aguas internacionales limítrofes con el litoral de los países suramericanos, incluido Ecuador, está esquilmando los bancos de peces e impactando en la economía regional.
Esto ha generado una gran preocupación en las autoridades de esos países, que se esfuerzan por frenar este espolio, según datos recogidos en Chile, Perú, Ecuador y Argentina.
Ecuador vigila la flota china
La actividad de la flota pesquera china frente a las costas de Suramérica es permanente, asegura el director de Conservación Marina de la oficina en Ecuador del Fondo Mundial de la Naturaleza (WWF Ecuador), Pablo Guerrero.
Los pesqueros van en la búsqueda del calamar gigante y cuentan con buques de apoyo que reciben las capturas y les suministran víveres y combustible.
Entre diciembre y mayo se sitúan frente a Argentina, en el océano Atlántico, y después cruzan el estrecho de Magallanes. De mayo a julio faenan frente a Chile y Perú, y posteriormente, entre septiembre y noviembre, se establecen frente a Ecuador. Concretamente, llega a la franja entre las aguas continentales y las Islas Galápagos, una de las reservas marinas mejor conservadas.
Esto genera frecuentes altercados. En 2017, cuando las autoridades capturaron el carguero ‘Fu Yuan Yu Leng 999’ dentro de la reserva marina, cargado con 6.623 tiburones.
A raíz de aquel incidente, Pekín se comprometió a que su flota no traspase las 200 millas de las aguas territoriales de Galápagos, y hace un par de años anunció una moratoria para dejar de pescar al oeste del archipiélago a partir del 1 de septiembre de cada año.
“Exponer públicamente el mal comportamiento de China ha servido de algo, pero la operación de su flota altamente subsidiada sigue siendo opaca”, advierte Guerrero.
Ecuador y Perú -recalca el representante de WWF Ecuador- deben presionar a China en la Comisión de la Organización Regional de Ordenamiento Pesquero del Pacífico Sur (SPRFMO) para que reporte todas las capturas y evitar así la sobrepesca del calamar gigante.
La tensión entre la necesidad imperiosa de conservar los recursos marinos y las presiones ejercidas por las flotas pesqueras chinas, que operan a menudo en el límite de la legalidad internacional, empuja a países suramericanos a la búsqueda de un equilibrio entre la protección de sus ecosistemas y la preservación de sus economías pesqueras locales.
Perú, entre la ley y la realidad
La presencia de la flota china en aguas peruanas está rodeada de polémica por parte de China, cuyas embarcaciones pescan desde hace décadas en el borde marítimo.
Esta situación ha sido denunciada por diversas organizaciones conservacionistas y pesqueras que han dado la voz de alarma por la incursión ilegal en aguas de jurisdicción peruana.
El director de pesquerías de la ONG Oceana, Juan Carlos Sueiro, recuerda que este no es un problema nuevo. Los pescadores artesanales peruanos son los más afectados por esta situación.
Ecuador y Chile no permiten que las embarcaciones chinas realicen su mantenimiento técnico en sus puertos, pero Perú sí lo hacía hasta 2020, cuando cerca de 180 barcos llegaban cada año al puerto de Chimbote.
Ese año, Perú promulgó una ley para que solo pudieran atracar barcos que usaran el sistema satelital peruano, y no los que solían emplear los buques chinos, que se apagaban en el momento de entrar en aguas peruanas.
Pero las normas acabaron perdiendo vigencia debido a la presión del gigante asiático y la actualización del tratado de libre comercio entre ambos países, detalla Sueiro. Perú acabó aceptando la llegada de barcos chinos con el pretexto de arribo forzoso.
Chile ante la flota china
También Chile se ve desafiado por la captura ilegal de especies por parte de “la barrera de barcos chinos que se asoman a la Antártida”.
Activistas locales de Punta Arenas señalan esta “muralla” es la responsable del empobrecimiento de la costa magallánica y de la aparición de las mareas rojas. Esto, debido a la falta de circulación natural de la fauna marina entre el continente blanco y el territorio más austral de América.
La sobreexplotación de esos caladeros impide que diferentes peces y mamíferos como las ballenas se acerquen a la costa de Chile y Argentina, lo cual rompe la cadena alimenticia.
El Servicio Nacional de Pesca y Acuicultura (Sernapesca) y la Armada de Chile han desplegado un operativo especial para vigilar los barcos chinos. Pescadores locales y las organizaciones ambientalistas están preocupados.
En conjunto se trata de unas 350 naves que se desplazan desde el Océano Pacífico hacia el Océano Atlántico y viceversa, en busca de la pota o calamar. Las naves cruzan por la zona económica exclusiva y áreas marinas protegidas de Chile.
Hasta ahora, “Chile no registra infracciones de pesca ilegal, pero mantiene un monitoreo constante cuando estos buques transitan del Pacífico al Atlántico”, explica el director de Pesquerías de Oceana, César Astete.
“Es de esperar que todos los Estados desarrollen esfuerzos para monitorear y fiscalizar las faenas de pesca de la flota extranjera de larga distancia”, agrega.
En enero pasado, el Gobierno envió al Parlamento un nuevo proyecto de Ley de Pesca que busca garantizar la conservación de los recursos marinos y apoyar la pesca artesanal.
Argentina y la explotación sin freno
Argentina sufre una grave depredación de especies como el calamar y la merluza negra por parte de embarcaciones extranjeras, sobre todo de bandera china, que faenan en el suroeste del Atlántico.
El área, ubicada a unos 500 kilómetros al este del Golfo San Jorge, en la frontera de la Zona Económica Exclusiva (ZEE), es un tesoro de biodiversidad, clave para el desove y la alimentación de aves y mamíferos marinos, como la ballena franca austral.
Pero la falta de normativa de protección propicia prácticas pesqueras dañinas. Durante la temporada alta de pesca, de enero a julio, unos 400 buques se faenan en esa zona utilizando redes de arrastre.
La actividad de los buques chinos en esa zona pasó de 61.727 horas por cada 500 kilómetros cuadrados en 2013 a 384.046 horas en 2023, según datos de la plataforma Global Fishing Watch.
El esfuerzo pesquero aparente se mide por el encendido de los sistemas de identificación automática de los buques (AIS), un dispositivo similar al GPS que permite evitar colisiones pero que los barcos a veces apagan para ingresar ilegalmente en las aguas argentinas.
Desde 1986, las autoridades argentinas han capturado 80 buques pesqueros de bandera extranjera, doce de ellos chinos, el último en 2020.