Son las 23 horas cuando el agente Carlos R. F. conduce a toda velocidad, mientras su vehículo se introduce en la oscuridad de la noche. A su lado, acomodado en el asiento del copiloto del Seat León, viaja un compañero en el cuerpo de la Policía Nacional. Carlos tiene 32 años. Su colega es más joven que él. Ambos están fuera de servicio. No llevan su uniforme. Pese a la diferencia, ambos son novatos, de la última generación que logró sacar el título de agente, según diario El Español.
Ya en ese momento son patentes los efectos del alcohol, por lo menos en el hombre que maneja el volante del vehículo. Justo en ese momento acceden al kilómetro 15 de la M-45, a las afueras de Madrid, a su paso por el distrito de Vallecas. Una tragedia está a punto de suceder.
Al paso de ese kilómetro, Carlos no logró frenar, ni tampoco esquivar aquella furgoneta. Le resultó imposible evitar el impacto. El choque lo destruyó todo, y acabó con la vida del hombre que iba en ese otro vehículo que se acababa de detener.
El hombre que perdió la vida en aquel siniestro tenía 49 años. Sucedió hace nueve días, el pasado 23 de noviembre. Boris Galo Chicaiza conducía su furgoneta Citröen Berlingo por la misma autopista, la M-45, una circunvalación que rodea toda la zona sur de Madrid hasta el municipio de San Fernando de Henares, al este de la capital, cuando fue embestido junto al arcén derecho por un vehículo en el que viajaban dos policías nacionales fuera de servicio.
“Aunque vivía en España, mi papá siempre nos mandaba dinero. Nunca se olvidó de nosotros: nos pagó el estudio, la alimentación, el vestido…”. Dice Lizeth Estefanía Chicaiza, 26 años, que su padre nunca dejó de echar de menos su tierra natal. Tampoco a sus tres hijos. 18 años atrás, Boris Galo cruzó el océano, abandonando su Quito y su Ecuador natal buscando una vida mejor. Puso rumbo a España.
Logró con el tiempo cierta estabilidad en Madrid al trabajar como repartidor y empaquetador en una empresa china. El dinero ganado le sirvió para proveer a sus tres hijos, ya adultos, entonces niños. Algo que ya nunca podrá volver a hacer.